El juguete rabioso: 2

El juguete rabioso de Roberto Arlt II. LOS TRABAJOS Y LOS DÍASComo el dueño de la casa nos aumentara el alquiler, nos mudamos de barrio, cambiándonos a un siniestro caserón de la calle Cuenca, al fondo de Floresta. Dejé de verlos a Lucio y Enrique, y una agria tiniebla de miseria se enseñoreó de mis días. Cuando cumplí los quince años, cierto atardecer mi madre me dijo: --Silvio, es necesario que trabajes. Yo que leía un libro junto a la mesa, levanté los ojos mirándola con rencor. Pensé: trabajar, siempre trabajar. Pero no contesté. Ella estaba de pie frente a la ventana. Azulada claridad crespuscular incidía en sus cabellos emblanquecidos, en la frente amarilla, rayada de arrugas, y me miraba oblicuamente, entre disgustada y compadecida, y yo evitaba encontrar sus ojos. Insistió comprendiendo la agresividad de mi silencio. --Tenés que trabajar, ¿entendés? Tú no quisiste estudiar. Yo no te puedo mantener. Es necesario que trabajes. Al hablar apenas movía...

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