El conde de Montecristo: 2-10
El conde de MontecristoSegunda parte: Simbad el MarinoCapítulo 10
de Alejandro Dumas
Capítulo diezLos bandoleros romanos
Al día siguiente Franz se despertó antes que su compañero, y así que estuvo vestido, tiró del cordón de la campanilla. Aún vibraba el sonido de ésta, cuando maese Pastrini entró en el aposento.
-¡Y bien! -dijo el fondista con aire de triunfo, sin esperar a que Franz le interrogase-, bien lo sospechaba ayer cuando no quería prometeros nada. Habéis acudido demasiado tarde ya, y no hay en Roma un solo carruaje desalquilado, para los tres últimos días, se entiende.
-Justamente -exclamó Franz-, para los días que más falta nos hace.
-¿Qué hay? -preguntó Alberto entrando-. ¿No tenemos carruaje?
-Así es, querido amigo -respondió Franz-, lo habéis adivinado.
-¡Vaya una ciudad! ¡Buena está la tal Roma!
-Es decir -replicó maese Pastrini, que quería mantener dignamente con los extranjeros el pabellón de la capital del mundo cristiano-, es...
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