El clavo :2
- II -Escaramuzas
Luego que hube dado la mano a la desconocida para ayudarla a subir, y que ella tomó asiento a mi lado, murmurando un «Gracias... Buenas noches...» que me llegó al corazón, ocurrióseme esta idea tristísima y desgarradora:
-¡De aquí a Málaga sólo hay dieciocho leguas! ¡Que no fuéramos a la península de Kamtchatka!
Entre tanto, se cerró la portezuela y quedamos a oscuras.
Esto significaba ¡no verla!
Yo pedía relámpagos al cielo, como el Alfonso Munio de la señora Avellaneda, cuando dice:
¡Horrible tempestad, mándame un rayo!
Pero, ¡oh, dolor!, la tormenta se retiraba ya hacia el Mediodía.
Y no era lo peor no verla, sino que el aire severo y triste de la gentil señora me había impuesto de tal modo, que no me atrevía a cosa ninguna...
Sin embargo, pasados algunos minutos, le hice aquellas primeras preguntas y observaciones de cajón, que establecen poco a poco cierta intimidad entre los viajeros:
-¿Va usted bien?
-¿Se dirige usted a...
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