El cisne de Vilamorta: 25

Capítulo XXIV 25 Pág. 25 de 29 El cisne de Vilamorta Emilia Pardo Bazán No vaciló Leocadia al día siguiente. Sabía ya el camino y fue derecha a casa del abogado. Este la recibió con el entrecejo fruncido. ¿Pensaban que fabricaba moneda? Leocadia ya no tenía bienes que empeñar; los que llevaba valían tan poca cosa... Si se resolvía a hipotecar la casa, él hablaría con su cuñado Clodio que tenía ahorros y ganas de una finca así... Leocadia exhaló un suspiro de pena. Sucedíale lo contrario que a los campesinos: ningún apego a los terrones; ¡pero la casita! ¡Tan limpia, tan mona, tan cómoda, hecha a su gusto! -Psh... con abonar el importe de la hipoteca... la recobra usted en seguida. Dicho y hecho. Clodio aflojó la mosca, lisonjeado con la esperanza de adquirir por la mitad de su valor un nido tan cuco, donde acabar su vida solterona. De noche, Leocadia pidió a Segundo que le enseñase el cuaderno de sus poesías y le leyese algunas. Hablábase...

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