El cisne de Vilamorta: 08

Capítulo VII 08 Pág. 08 de 29 El cisne de Vilamorta Emilia Pardo Bazán Al paso que distribuía la tarea a las niñas, diciendo a una: «Ese dobladillito bien derecho»; y a otra: «El pespunte más igual, la puntada más menuda»; y a esta: «No hay que sonarse al vestido, sino al pañuelo»; y a la de más allá: «No patees, mujer, estate quietecita»; Leocadia volvía de tiempo en tiempo los ojos hacia la plazuela, por si a Segundo le daban ganas de pasar. Ni rastro de Segundo. Las moscas, zumbando, se posaron en el techo para dormir; el calor se aplacó; vino la tarde, y se marcharon las chiquillas. Sintió Leocadia profunda tristeza, y sin cuidarse de arreglar la habitación se fue a su alcoba, y se tendió sobre la cama. Empujaron suavemente la vidriera, y entró una persona que pisaba muy blandito. -Mamá -dijo en voz baja. La maestra no contestó. -Mamá, mamá -repitió con más fuerza el jorobado-. ¡¡Mamá!! -gritó por último. -¿Eres tú? ¿Qué...

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