El amasijo

El amasijo de Evaristo Carriego Dejó de castigarla, por fin cansado de repetir el diario brutal ultraje, que habrá de contar luego, felicitado, en la rueda insolente del compadraje. -Hoy, como ayer, la causa del amasijo es, acaso, la misma que le obligara hace poco, a imponerse con un barbijo que enrojeció un recuerdo sobre la cara-. Y se alejó escupiendo, rudo, insultante, los vocablos más torpes del caló hediondo que como una asquerosa náusea incesante vomita la cloaca del bajo fondo. En el cafetín crece la algarabía, pues se está discutiendo lo sucedido, y, contestando a todos, alguien porfía que ese derecho tiene sólo el marido... Y en tanto que la pobre golpeada intenta ocultar su sombría vergüenza huraña, oye, desde su cuarto, que se comenta como siempre en risueño coro la hazaña. Y se cura llorando los moretones -lacras de dolor sobre su cuerpo enclenque...- ¡que para eso tiene resignaciones de animal que agoniza bajo el rebenque!...

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