Doña Perfecta : 27
Doña PerfectaCapítulo XXVII El tormento de un canónigo
de Benito Pérez Galdós
-¡Resignación, resignación! -volvió a decir don Inocencio.
-¡Resignación, resignación! -repitió ella enjugando sus lágrimas-. Puesto que mi querido hijo ha de ser siempre un pelagatos, séalo en buen hora. Los pleitos escasean; bien pronto llegará el día en que lo mismo será la abogacía que nada. ¿De qué vale el talento? ¿De qué valen tanto estudio y romperse la cabeza? ¡Ay! Somos pobres. Llegará un día, señor D. Inocencio, en que mi pobre hijo no tendrá una almohada sobre que reclinar la cabeza.
-¡Mujer!
-¡Hombre!... Y si no, dígame: ¿qué herencia piensa Vd. dejarle cuando cierre el ojo? Cuatro cuartos, seis librachos, miseria y nada más... Van a venir unos tiempos... ¡Qué tiempos, señor tío!... Mi pobre hijo, que se está...
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