De tal palo, tal astilla:31

De tal palo, tal astillaCapítulo XXXI: Las heces del cáliz de José María de Pereda Ningún bálsamo tan prodigioso para templar en la memoria de Águeda los recuerdos de la pasada noche como la noticia que tuvo al día siguiente, de que Fernando había encomendado al cura de Valdecines la tarea de su conversión. Ya hemos visto que, al considerar los motivos que la alejaban de él, padecía dos tormentos a la vez: el tormento de perderle y el tormento de pensar que el incrédulo se perdía. Ambos dolores se calmaban con aquel remedio. No hay sol más resplandeciente que el primero que luce después de una tempestad. Así son las ilusiones: las que se forja la imaginación en las treguas de los grandes martirios, son las más agradables. ¿Qué mucho que Águeda se recrease en dar cuerpo y alas y espacio en que volar a las suyas, adquiridas después de tantas y tan deshechas tempestades? En medio de esta claridad risueña cayó de repente, como noche preñada de horrores,...

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