De tal palo, tal astilla:3

De tal palo, tal astillaCapítulo III: El sobrino de su tío de José María de Pereda Macabeo pasó la noche como un perro fiel a la vera de su amo. Ni siquiera se acercó a la lumbre para secar su ropa, ni se acordó de que no había cenado, ni el cansancio de la pasada caminata le pidió su medicina de sueño. La agonía de la señora, el dolor de sus hijas y el intento de servir de algo en aquellas tan largas horas de desconsuelo le absorbían la atención, y lloró como chiquillo cuando los lamentos de las huérfanas y de los criados hicieron saber que el temido infortunio se había consumado. Después hincó sus rodillas en el duro suelo, y oró por el alma que estaba ya en presencia de Dios. Calentaban los rayos del sol cuando el doctor bajó al portal con las polainas ceñidas y las espuelas calzadas; y ya Macabeo le aguardaba con el garrote en la mano, el caballo ensillado y el capote sobre el arzón. Con el desvelo y las lágrimas vertidas, tenía el pobre hombre los...

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