De tal palo, tal astilla:18
De tal palo, tal astillaCapítulo XVIII: El último esfuerzo
de José María de Pereda
La casita del cura de Valdecines, próxima a la iglesia, no se cerraba en todo el día; y como la escalera arrancaba de la misma puerta que daba a la calle, Fernando subió sus peldaños sin necesidad de preguntar a nadie por el camino que buscaba. En aquella pequeñez no había ni cabía más que uno, y no era posible el extravío. Cuando llegó al piso, llamó a la puerta, entreabierta, con el regatón de la sombrilla; contestáronle «adelante», y se halló a los pocos pasos en una salita que se llenaba con una mesa de nogal, con las alas caídas, y cuatro sillas de paja, y se decoraba con las estampas de un Vía-Crucis de papel, pegadas con obleas en las paredes, en el orden conveniente. Esta pieza lindaba por un extremo con otra más pequeña, que pudiéramos llamar gabinete, en el cual había una mesita con tapete verde, arrimada a un viejo sillón de roble; sobre el tapete, un crucifijo...
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