De invierno

Frío y viento. Ya en la casa miserable, tiritando se durmió la viejecita, y en la pieza, abandonada como siempre, gime y tose, sin alivio, la enfermita. ¡Oh, qué noche! Se me antoja ver extraños rojos cirios en las calles solitarias... ¡Con qué lúgubre sigilo van pasando las angustias, en sus rondas silenciarias! Madre, hermana, prima, santas compasivas de las trágicas miserias sollozantes: ¿qué será de los enfermos esta noche tan adusta, de presagios inquietantes? ¡Oh, las vidas, condenadas en el lecho al suplicio de las fiebres horrorosas!... ¡Pobrecitos los pulmones que no llegan al dorado mes del sol y de las rosas! Oh, la carne, que se va tan resignada que, soñando una esperanza, ya no espera!... ¡Pobrecita la incurable que se muere suspirando por la dulce primavera! ¡Oh, las frígidas blancuras, las mortales, de las novias...

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