Como los corales

—El peligro, con las ilusiones, es que lo ocupen a uno —dijo en voz baja, mientras se acercaba a los labios la cerveza, el hombre de las libretas y las plumas, ése a quien los parroquianos solían llamar “el profesor”—. Quizá no fue tan malo que usted perdiera la suya. El marinero ilustrado miró fijamente a su compañero de mesa. Más allá de la cabeza barbada que ahora se echaba hacia atrás y empinaba la botella el malecón tenía la calma habitual de los atardeceres domingueros. El semáforo único de la isla iba cambiando vanamente sus luces en la calle vacía. Una pareja de turistas se abrazaba frente al muelle en espera de un crespúsculo encendido que jamás llegaría, con ese cielo bajo y gris que había contagiado al mar. El marinero abrió primero la boca y buscó las palabras, pero antes de que pudiera encontrarlas, el profesor dejó la botella en la mesa y volvió a hablar. —Le van creciendo a uno por dentro, como los corales, ¿me entiende? Lo van...

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