Cañas y Barro: 54

Capítulo IV 54 Pág. 54 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez El segundo domingo de julio era para el Palmar el día más importante del año. Se sorteaban los redalins, los puestos de pesca de la Albufera y sus canales, entre los vecinos del Palmar, ceremonia solemne y tradicional presidida por un delegado de la Hacienda, misteriosa señora que nadie había visto, pero de la que se hablaba con respeto supersticioso, como dueña que era del lago y la interminable pinada de la Dehesa. A las siete, el esquilón de la iglesia había hecho correr a misa a todo el pueblo. Solemnes resultaban las fiestas al Niño Jesús después de Navidad, pero no pasaban de ser pura diversión; mientras que en la ceremonia del sorteo se jugaba al azar el pan del año y hasta el riesgo de enriquecerse si la pesca era buena. Por eso la misa de este domingo era la que se oía con más devoción. Las mujeres no tenían que ir en busca de sus maridos, llevándolos a empujones a que...

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