Bodas reales: XXXIV
Capítulo XXXIV
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Bodas reales
Benito Pérez Galdós
Ya desde aquella noche fue de mal en peor la inválida señora, y ni Lea con su dulce autoridad, ni Gavilanes con su grave discurso, pudieron contener el desorden de aquella moribunda inteligencia. «Mira lo que te encargo -dijo por la mañana a la Maritornes, tomándola por Lea-: en cuanto llegues a Peralvillo, lo primero que haces es enterrarme... pero ello ha de ser en el soto de Claveros, para que yo tenga sobre mi corazón todo el día las patadas de mis ovejitas... A Perantón que no deje de echar el mosto en el sombrero de Bruno, que bien tendrá cabimento de siete tinajas de las grandes... Tú te vas en la burra de la Tomasa, y yo, como alma que soy, iré... ya lo sabes, en el coche-estufa de Palacio, ese que dice Cristeta es todo de carey y nácaras; el cochero lleva en la mano la bandera de la Mancha, que es el pañal en que envolvimos a Isabel el día en que la tuve...»....
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