Bendición de la tierra - Capítulo 19

Isak volvió del pueblo con un caballo, el del al­guacil, que, como le había dicho Geissler, estaba dis­ponible. Había pagado por él doscientas cuarenta co­ronas, o sea, sesenta táleros. Los caballos se pagaban entonces a precios exorbitantes; cuando Isak era niño se obtenían los mejores caballos por cincuenta táleros. ¿Cómo no tenía Isak cría de caballos de su pro­piedad? No es que no hubiera pensado en comprar un potranco, para criarlo en uno o dos años; pero esto quedaba para quien tuviera tiempo sobrante entre la­bor y labor, uno que no hubiera de ocuparse en dese­car pantanos y roturar tierras hasta poder tener un caballo que le acarreara la cosecha. El alguacil decía: —No me resulta mantener un caballo, puesto que el heno que cosecho pueden recogerlo las mujeres, mientras yo ando por ahí ganándome el pan... Isak, ya de antiguo, acariciaba la idea de tener un caballo propio; no era Geissler quien se lo había su­gerido. Por ello llevaba hechos algunos...

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