Bendición de la tierra - Capítulo 11

Isak prosigue la carrera hasta llegar a un charco del pantano y se detiene. La lagunilla es negra y profunda; su superficie, de un tono azul, se mantiene inmóvil. Isak conocía su utilidad: pues apenas en su vida se había servido de otro espejo que de un charco así. ¡Miradle! Con su camisa roja está guapo y atildadamente vestido. Ahora saca unas tijeras, y se recorta la barba. ¿Pretendía hoy el petulante coloso embellecerse y desprenderse de su vieja barba de cinco años? No se cansa de cortar y cortar, ni de mirarse en el espejo del agua. ¿Qué inconveniente podía haber en que hiciera esto en su casa? ¿Le avergonzaba la presencia de Oline? Ya era mucho haberse presentado ante ella con la camisa roja. Tijeretazo va, tijeretazo viene; una buena porción de barba flota sobre el agua inmóvil. Como el caballo se impacienta, Isak da por terminada su tarea. Sí, señor. Se siente mucho más joven. Y, ¡qué diantre!, si sus ojos no le engañaban, ¡hasta más esbelto! Y vuelve a...

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