Barroco

Artes plásticas

Arquitectura

En el s. XVII se formuló un lenguaje arquitectónico a partir de las formas heredadas del pasado, a las que se imprimió un nuevo significado. La importancia del movimiento, el sentido teatral de la vida, la necesidad de sorprender y atraer al espectador hacia la obra representada, llevaron a grandes cambios estructurales de las ciudades. Los edificios se transformaron en grandes escenarios, dotados de numerosos balcones, amplias escalinatas, abundantes tribunas y balaustradas, que formaban, junto con las calles y plazas, el nexo de unión y enlace de todo el conjunto, proporcionando así a la ciudad los efectos de aparatosidad que la convertían, como apunta G. Dorfles, en una «ciudad espectáculo». La fachada se convirtió en elemento fundamental de la arquitectura barroca. Perdió la rigidez de períodos anteriores para adaptar su estructura al movimiento (frontones curvos o partidos, columnas salomónicas, uso de la curva y la contracurva). La planta longitudinal centralizada y la central alargada fueron los tipos más utilizados en las construcciones de iglesias. El pleno florecimiento de la arquitectura barroca en Roma se alcanzó con las obras de Borromini, Bernini, Pietro da Cortona y Guarino Guarini, que formuló las conclusiones definitivas ya en el s. XVIII. En Francia, J. Lemercier, F. Mansart, Ch. Lebrun y J. Hardouin-Mansart imprimieron al barroco un carácter clasicista; formularon a su vez el tipo fundamental de construcción palaciega, cuyo ejemplo, representativo para toda Europa, fue el palacio de Versalles. En Alemania sobresalieron Fischer von Erlach, L. von Hildebrandt, B. Neumann y D. Zimmermann. La arquitectura barroca en España se caracterizó en sus comienzos por el predominio de las formas herrerianas, que confirieron a los edificios una gran austeridad. Ejemplo de ello son las obras de Juan Gómez de Mora, que construyó en Madrid la Cárcel de Corte, actual Ministerio de Asuntos Exteriores, el convento de la Encarnación, y en Salamanca el colegio de los jesuitas. La transición hacia el pleno barroco estuvo favorecida por la presencia en la corte de artistas italianos, como Juan Bautista Crescenci, que introdujo las novedades del barroco romano. A él se debe el Panteón de los Reyes en El Escorial y la capilla de San Isidro en Madrid (1643-1669). La paulatina introducción de elementos barrocos se limitó únicamente a la decoración de las fachadas e interiores, con el fin de crear espacios escenográficos, sin tener en cuenta, como en Italia, la búsqueda de innovaciones estructurales que afectaran la morfología del edificio. El período del pleno barroco está representado por Pedro de Ribera, autor de varias fachadas, entre ellas la del Hospicio, y algunos palacios de Madrid; José Churriguera, cuyas obras más importantes se hallan en Madrid y Salamanca (la fachada de San Cayetano), y Narciso Tomé, autor del Transparente de la catedral de Toledo. La arquitectura barroca tuvo también un amplio desarrollo en Galicia, donde sobresalió Fernando Casas Novoa, que realizó la magnífica Torre del Reloj de la catedral de Santiago de Compostela. En el País Vasco, Ignacio Ibero levantó el colegio de Loyola, proyectado por el arquitecto romano Carlo Fontana. En Cataluña, donde el barroco alcanzó una escasa difusión, destacan la iglesia de Belén (Barcelona) y la fachada de la catedral de Girona, atribuida a Pere Costa. En Valencia son notables por su rica decoración ornamental las iglesias de San Nicolás y San Martín, las fachadas de la catedral y la del palacio del Marqués de Dos Aguas (1740-1744), de Hipólito Rovira. En Aragón se encuentra la admirable torre de la Seo en Zaragoza; en Murcia la fachada de la catedral, de Jaume Bost, y en Andalucía la sacristía de la cartuja de Granada, de Hurtado Izquierdo, el colegio de San Telmo y la iglesia de San Luis de Sevilla, de Leonardo Figueroa. En el s. XVIII penetró en España la influencia del barroco francés, especializado en la construcción de palacios de estructura clásica. Entre los arquitectos más representativos de este período cabe mencionar a Teodoro Ardemans, autor del palacio de San Ildefonso, en La Granja, inspirado en el de Versalles; Felipe Juvara, Juan Bautista Sacchetti, autor del palacio real de Madrid; Graciano Bonavia, que intervino en la construcción del palacio real de Aranjuez y Francisco Carleer.

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