Apéndice 5. Las epidemias

La peste

Históricamente, una de las primeras referencias que tenemos de la peste la encontramos en la Biblia. De las plagas con que Moisés y Aarón pretendieron forzar al faraón y a los egipcios a fin de que dejaran partir al pueblo de Israel, la quinta hace referencia a la peste.

Hasta el siglo XIX, una de las fuentes que más nos ayuda a conocer los efectos desoladores de la peste es la pintura. En general, en muchas de las iconografías prima el elemento religioso, bajo cuyo punto de vista la epidemia no es otra cosa que la expresión de la ira de Dios, y el artista intenta provocar la commoción del espectador. Algunas de las más importantes son: El ángel de la peste se abate sobre Israel, reproducción del siglo XII que se conserva en la catedral de Winchester. La peste de Ashod, de Poussin. La peste de Marsella, de Isabey o El enterramiento de los pestíferos en Tournay, 1349, de Giles de Muisit.

Estas pinturas son valiosísimas para un analista de las epidemias, pues, además de aclarar los rasgos con que se mostraban, también nos ilustran muchas veces sobre los remedios que se aplicaban.

La «peste negra» o peste bubónica asoló Europa durante la segunda mitad del siglo XIV, y posiblemente haya sido la más cruel de las epidemias sufridas por la humanidad. Los historiadores más objetivos afirman que murió un tercio de la población de nuestro continente.

Las consecuencias sociales que se derivaron de esta catástrofe demográfica condicionaron toda una época, la de la caída del viejo sistema feudal y el nacimiento de un orden social nuevo. La peste hizo que se agudizaran las contradicciones ya existentes, tanto en las relaciones obrero-patrón, noblearrendatario, como en las de creyente-Iglesia, súbdito-poder feudal. Los problemas eran los mismos sin la peste, pero ésta hizo que se vieran más claros, más inmediatos y más urgentes de solucionar. Las revueltas campesinas y la preparación de un campo mental abonado para la Reforma así lo atestiguan.

La «peste negra» —así llamada posteriormente por ser transmitida por la rata negra, portadora a su vez de pulgas infestadas de bacilos (Pasteurella pestis) causantes de la peste—, no se supo ni se pudo combatir entonces, porque no se conocían la causa ni el medio transmisor y, por tanto, tampoco se sabía el remedio. Se aplicaban remedios arcanos de los que no estaban muy seguros ni médicos ni enfermos y, a la vez, la promiscuidad y falta de higiene eran notables y no favorecían en nada la erradicación de la epidemia. La rata negra desapareció de la faz de la tierra devorada por la rata gris, proveniente del Asia Central y que, aunque no precisamente inofensiva, no habita las casas y sus pulgas no suelen picar al hombre.

La primera aproximación a la etiología de la peste se debe a una de las «intuiciones geniales» de Pasteur, quien afirmó: «La peste se debe a la presencia en el hombre de un microbio que causa la enfermedad. Hay que buscarlo.» Y fueron un discípulo de Pasteur, Yersin, y un discípulo de Koch, Kitasato, los que dieron con el devastador microbio.

1893. Hong-Kong. Yersin y Kitasato investigan pacientemente en la sangre, en el pus, en los bubones de las víctimas que, una vez más, se está cobrando la peste. Por fin, dan con el bacilo de la peste, el Pasteurella pestis, y siguen investigando cómo se trasmite. La solución la encuentra el bacteriólogo Hanking en 1897, cuando se encontraba en la Bombay asolada por la peste bubónica: el único lugar donde no se había dado ningún caso de peste era un penal, completamente aislado, lleno de ratas, pero éstas separadas de sus congéneres de la ciudad. Cierto día aparecieron las primeras ratas muertas en el penal, y también se empezaron a producir defunciones por peste bubónica entre los reclusos. Hanking llegó a la conclusión de que la peste humana iba precedida por la peste murina y que se trasmitía por la mordedura de una rata enferma. Pero esta explicación resultó insatisfactoria cuando los investigadores observaron un fenómeno extraordinario: la familia de una víctima de peste bubónica contrajo la enfermedad durante el velatorio. A raíz de este hecho, el bacteriólogo francés Simond experimentó con ratas y vio cómo las ratas sanas situadas alrededor de una rata apestada muerta eran contagiadas al saltar las pulgas de ésta hacia las sanas.

Han transcurrido, pues, cinco siglos desde la primera epidemia hasta el descubrimiento y fabricación del suero antipestoso por Yersin, Calmette y Borrel.


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