Ángel Levine

Manischevitz, un sastre, sufrió muchos reveses e indignidades en su año cincuenta y uno. Anteriormente hombre de situación acomodada, de la noche a la mañana perdió todo lo que tenía cuando su establecimiento se incendió para luego, tras la explosión de un recipiente de metal con líquido limpiador, quemarse hasta los cimientos. Aunque Manischevitz estaba asegurado contra incendios, las demandas por daños que dos clientes heridos con las llamas hicieron lo privaron de todo centavo recibido. Casi al mismo tiempo su hijo, que mucho prometía, murió en la guerra y su hija, sin por lo menos una palabra de advertencia, casó con un zafio y desapareció con él como si la tierra se la hubiera tragado. A partir de entonces Manischevitz fue víctima de agudísimos dolores de espalda y se vio incapacitado de trabajar hasta como planchador –el único tipo de trabajo a su disposición– por más de una o dos horas diarias, pues transcurrido ese tiempo lo enloquecía el dolor que...

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