Ángel Guerra (Segunda parte) (Versión para imprimir)

I

En efecto, Ángel Guerra tomó el tren de Toledo el 2 de Diciembre por la mañana. Sus primeros pasos en la histórica ciudad fueron vacilantes, sus horas aburridísimas, conforme al estado de indecisión de su voluntad y al cansancio del viaje. Dio con su cuerpo en una de las detestables fondas toledanas, y por la tarde, después de vagar a la aventura de calle en calle, sentándose a ratos en solitaria plazoleta, o persiguiendo el misterio que precedía sus pasos a la vuelta de cada esquina y en la curva de las retorcidas calles, pensó en la obligación de visitar a sus parientes. Sentía el desasosiego, la inapetencia moral que inspira la proximidad de personas con quienes se tiene más parentesco que relaciones amistosas, y de buena gana habría prescindido de la visita.

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