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Ángel Guerra Tercera parte - Capítulo III – Caballería cristiana de Benito Pérez Galdós VIII No era fácil que estos encuentros de la loba y el zorro en medio del monte se sucedieran sin el obstáculo de algún indiscreto testigo. Si no hay pared que no tenga oídos, tampoco hay soledad, por silvestre que sea, en la cual no se abran algunos ojos, y éstos fueron en aquel caso los del salvaje Tirso, que con sagacidad cinegética siguió el rastro de la moza bravía, y descubrió el enredo que entre las ortigas y malezas de la casucha se ocultaba. Pero Jusepa, a quien la pasión había dado agudezas y previsiones a prueba de cazadores, entendió al momento que la malicie del pastor había tirado de la manta, y avistándose con él en un recodo solitario, cuando volvía con las cabras, le habló resueltamente, haciendo como que le confiaba el secreto. «Es un señorón de Madrid, que se oculta porque le andan persiguiendo por esto de la libertad, de los milicianos, y por el...

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