Anaconda: 11
Anaconda
de Horacio Quiroga
Capítulo XI
No singulares, sino víboras, que ante un inmenso peligro
sumaban la inteligencia reunida de las especies, era el enemigo
que había asaltado el Instituto Seroterápico.
La súbita oscuridad que siguiera al farol roto había advertido a
las combatientes el peligro de mayor luz y mayor resistencia.
Además, comenzaban a sentir ya en la humedad de la atmósfera
la inminencia del día.
-Si nos quedamos un momento más -exclamó Cruzada-, nos
cortan la retirada. ¡Atrás!
-¡Atrás, atrás! -gritaron todas. Y atropellándose, pasándose las
unas sobre las otras, se lanzaron al campo. Marchaban en tropel
, espantadas, derrotadas, viendo con consternación que el día
comenzaba a romper a lo lejos.
Llevaban ya veinte minutos de fuga cuando un ladrido claro y
agudo, pero distante aún, detuvo a la columna jadeante.
-¡Un instante! -gritó Urutú Dorado-. Veamos cuántas somos, y
qué podemos hacer.
A la luz aún incierta de la madrugada...
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