Ana Karenina VII: Capítulo XXXI
Ana KareninaSéptima parte: Capítulo XXXI
de León Tolstoi
Se oyó, fuerte y clara, una campanada.
Pasaron ante Ana precipitadamente y con ruido de fuertes pisadas y voces, varios hombres jóvenes y mal parecidos que la miraron insolentemente.
Atravesando la sala, se acercó Pedro, con su librea, sus lustrosos zapatos y su rostro estúpido, para acompañarla hasta el vagón.
Al pasar Ana, los jóvenes que habían pasado corriendo, callaron, la miraron y uno de ellos murmuró al oído de otro algo que entendió ella que sería una grosería.
Ana subió el estribo y se sentó sola en un departamento de primera clase, sobre el diván de muelles, tan sucio, que apenas se adivinaba que en algún tiempo había sido blanco, colocando el saco a su lado.
Pedro, sonriendo estúpidamente, levantó ante la ventana su sombrero galoneado en señal de despedida.
El conductor cerró de golpe la puerta y ajustó el cierre del vagón.
Una dama, vestida de un modo extravagante, atravesó el...
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