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Amalia: El contrabandista de hombres Quinta parte, Capítulo 6 de José Mármol Apenas se había retirado el doctor Alcorta, cuando sintiéronse dos palmadas en el escritorio de Daniel, contiguo al aposento, como se sabe. -Espera -dijo Daniel a Eduardo; y pasó al escritorio, algo sorprendido de aquella llamada en una pieza donde nadie entraba sin su orden. -¿Ah, es usted, mi querido maestro? -dijo el joven encontrándose con Don Cándido. -Yo, Daniel, yo soy. Perdóname; pero es que viendo que tardabas, entré a sospechar que te habrías salido por alguna puerta secreta, excusada, que me fuese desconocida; y como de algún tiempo a esta parte huyo de la soledad... Porque has de saber, mi estimado Daniel, que la soledad afecta la imaginación; facultad que, según dicen los filósofos, sirve para el bien, y sirve para el mal; razón por la cual yo prefiero la facultad de recordar, que según la opinión de Quintiliano... -¡Eduardo! -¿Qué hay? -contestó éste...

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