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Amalia: Cómo Don cándido se decide a emigrar, y cuáles fueron las consecuencias de su primera tentativa Cuarta parte, Capítulo 7 de José Mármol Pero no bien nuestro secretario privado tuvo un pie en la vereda, y otro sobre el alto escalón de la portería del convento, cuando una mujer, con sus gruesos rizos negros en completo desorden, y cuyo gran pañuelo de merino blanco con guardas rojas arrastraba la punta de su ángulo cuatro o seis dedos más abajo de la halda del vestido, le tomó el brazo y exclamó: -¡Ah, qué felicidad! Son los dioses del Olimpo los que me han conducido por esta senda. ¡Oh! Ya no tenemos que temer del hado, pues que he hallado a usted. -Señora, usted se equivoca -dijo Don Cándido estupefacto-, yo no tengo el honor de conocer a usted, ni creo que usted me conoce a mí, a pesar del hado y de los dioses del Olimpo. -¡Que no os conozco! Vos sois Pílades. -Yo soy Don Cándido Rodríguez, señora. -No, vos sois Pílades; como Daniel,...

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