A fuego lento: 44

A fuego lento de Emilio Bobadilla Capítulo XIV Mientras el cadáver, bajo la bruma glacial de un día de Noviembre, atravesaba, camino del Père Lachaise, los bulevares exteriores -pobres, sucios y fangosos como grandes calles de provincia-, Alicia y Nicasia, a la luz de una lámpara de petróleo, revolvían los cajones del despacho del difunto. En el fondo de uno de ellos encontraron viejos retratos suyos. -Así era cuando le conocí -suspiró Alicia-. Así era -y se quedó pensativa mirándole. -¿Sabes que huele a podrido? -exclamó Nicasia volviendo la cabeza-. ¿Qué será? Era el cadáver del perrito que yacía bajo la cama. -Tenía más corazón que tú -observó Nicasia con supersticiosa tristeza. -No me digas eso -contestó Alicia-. Así era cuando le conocí en Ganga -continuó sin apartar los ojos del cartón-. Si él padeció, yo también he padecido. Créeme. No me olvido de mis noches sin sueño, cuando él me dejaba sola, solita en alma en esta casa vacía y...

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