A fuego lento: 41

A fuego lento de Emilio Bobadilla Capítulo XI Pasaban los días y los días y el doctor no mejoraba. Alicia se oponía a que se le trasladase a una casa de salud, a pesar de las reiteradas instancias del médico que le asistía. -Aquí no tiene aire ni quien le cuide como se debe -decía Plutarco- ¡Le está usted matando! -¿Quién puede atenderle mejor que yo? -replicó Alicia-. No, de aquí no sale. Plutarco se quedó atónito ante aquel cinismo inconsciente. No sólo no le atendía, sino que cada vez que entraba en el cuarto era para insultarle. -¡Cuándo acabarás de reventar! -le decía. Muchas veces, a media noche, cuando el enfermo dormía, se colocaba sigilosa, como un gato, en la alcoba y sé ponía a revolver el escritorio y a registrar las ropas del médico que colgaban de la percha. Si hallaba dinero, la vuelta de algún billete con que se pagó la botica, se le guardaba en el seno. La alcoba permanecía toda la noche tibiamente iluminada. Así se explica que...

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