A fuego lento: 36

A fuego lento de Emilio Bobadilla Capítulo VI Después de cenar bajaron a la playa que estaba desierta. Los guijarros, bajo sus pies, crujían como nueces. En el cielo, lustrosamente negro, brillaban miríadas de estrellas titilando en el agua. El mar y el cielo se confundían en una inmensa mancha caótica salpicada de puntos luminosos. El faro alargaba con intermitencia sus antenas rectilíneas esclareciendo el oleaje. En lontananza pestañeaban minúsculas luces, unas de las barcas de pesca, otras de los pueblos circunvecinos. De pronto vieron acercarse un bulto con un farolillo. Rosa tuvo miedo. Era un pescador de crevettes que venía con la red a la espalda y una chistera en la mano. Entre las colinas chispeaban, como luciérnagas, las lámparas de los chalets y las villas. -¡Qué reposo, qué silencio! -exclamó Rosa. -No se oye más que el flujo y reflujo del mar -añadió Plutarco. De los bañistas, unos estaban en sus casas, otros habían ido al Casino de Ault, al...

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