A fuego lento: 22

A fuego lento de Emilio Bobadilla Capítulo X Bajo los castaños, en bancos y sillas, se agrupaban charlando familias burguesas, entretenidas en ver el flujo y reflujo de landós, victorias, tílburis, fiacres, cupés, carretelas y automóviles que rodaban por la gran avenida, camino del Bosque de Bolonia o de la Plaza de la Concordia, envueltos en el oro chispeante de aquella tarde diáfana y tibia, de límpido azul. En lujosos trenes, tirados por caballos que piafaban orgullosos enarcando el cuello, mostraban su belleza arrogantes mujeres tocadas de caprichosos sombreros multiformes. -En días como éste -observó Plutarco- en que la primavera vuelve, si no a las ramas de los árboles, ya casi mustias, al cielo y al aire, es un placer indecible pasearse por París. ¡Cómo goza el ojo con el espectáculo de tanta mujer elegante y seductora, con el relampagueo del sol en el barniz y los metales de los vehículos, con el ancho cielo azul y la perspectiva de estos paseos poblados...

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