A fuego lento: 21

A fuego lento de Emilio Bobadilla Capítulo IX -¡Era lo único que me faltaba! -exclamó el médico-. ¿Puede usted creer, amigo Plutarco, que Alicia anda diciendo por ahí que la inglesa es mi querida? -Lo sé. -Lo grave no es eso. Lo grave es que añade que me da dinero. ¡Figúrese usted! -Esa mujer ha perdido el juicio. -Sí, de puro despecho. Como para mí genésicamente no existe (tengo mis razones), imagina que me acuesto con todas las mujeres que conozco. Es una histérica malévola y obstinada. A diario me dice que me hará todo el daño que pueda y que no estará satisfecha hasta verme en medio de la calle pidiendo limosna. -¿Y qué va a ser de ella entonces? -¡Figúrese! -A mí no me odia menos que a usted, doctor. ¿Sabe usted lo que dice de mí? Que soy su alcahuete de usted, que le busco a usted las mujeres, y hasta insinúa que entre usted y yo hay algo más que una amistad sincera... -¿Qué quiere usted? Así son las histéricas. ¿Y qué hacer? ¿Qué hacer?...

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