A fuego lento: 19

A fuego lento de Emilio Bobadilla Capítulo VII No tenían hijos; pero, en cambio, tenían un perrito lanudo que era el niño mimado de la casa. En sus ojillos negros y húmedos y en su cola retorcida se reflejaban las alegrías o las tristezas de su amo. ¿Estaba el doctor de buen talante? El perrito, poniéndose en dos pies, le saltaba encima, le lamía las manos ladrando de puro contento. ¿Estaba abatido y caviloso? Se echaba a sus pies, mirándole larga y sumisamente, como implorándole que le contase sus penas. El perrito, que respondía por Mimí, tenía su historia. Perteneció primero a un ciego, a quien guiaba; después a unos gitanos, y por último, a un guitarrista ambulante que, en pago de una cura gratuita que le hizo Baranda, se le regaló. Pasó hambres, fríos y miserias, y recibió palos y puntapiés... Por eso tal vez era sufrido y apenas ladraba a no ser a la gente haraposa, por la que parecía sentir inveterada inquina. No se daba con Alicia en cuyas faldas...

Este sitio web utiliza cookies, propias y de terceros con la finalidad de obtener información estadística en base a los datos de navegación. Si continúa navegando, se entiende que acepta su uso y en caso de no aceptar su instalación deberá visitar el apartado de información, donde le explicamos la forma de eliminarlas o rechazarlas.
Aceptar | Más información