A fuego lento: 08

A fuego lento de Emilio Bobadilla Capítulo VIII No dejó de preocupar a Baranda la carta que acababa de recibir. -¿Quién podrá ser este anónimo admirador y amigo sincero que me ha salido sin que yo le busque? «A las ocho de la noche -volvió a leer- en el Café Cosmopolita.» -La cosa no puede ser más clara. ¿Será una broma? «Se trata -siguió leyendo- de algo muy grave que le conviene saber.» ¿De algo muy grave? ¿Qué podrá ser? En fin, con ir, saldremos de dudas. A Baranda no le sorprendía, después de todo, este procedimiento. Estaba habituado en su tierra a recibir anónimos de todo linaje. ¡Cuántas veces le insultaron en cartas sin firma, escritas con letras de imprenta, recortadas de periódicos! Cuando volvió de Francia le tildaban, en uno de aquellos anónimos, de mal patriota, de hijo desnaturalizado, de parisiense corrompido... ¡hasta de que usaba el pelo largo para darse tono! -¡Pobres! -pensaba-. ¡Es tan humana la envidia! Apenas llegó al Café...

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